El índice de masa corporal (IMC), que relaciona el peso con la altura, ha sido una herramienta predominante para diagnosticar la obesidad. Sin embargo, revisiones recientes, señalan que, aunque sigue siendo útil como primer filtro, tiene varias limitaciones importantes, por lo que su uso, en el entorno clínico moderno, debe ser complementado, ya que no proporciona una indicación del impacto del exceso de adiposidad en la salud de pacientes individuales.
¿Por qué sigue siendo relevante el IMC?
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- Simplicidad y accesibilidad: Es una medida rápida y fácil de aplicar en consulta, útil como primer paso para identificar posibles casos de obesidad.
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- Base epidemiológica sólida: Ha sido ampliamente validado en grandes poblaciones, lo que le da solidez en estudios de salud pública.
Pero, ¿cuáles son sus límites?
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- No distingue entre grasa y músculo: Una persona atlética con mucha masa muscular puede tener un IMC elevado sin exceso de grasa, lo que lleva a clasificaciones erróneas.
- Ignora la distribución de grasa corporal: El IMC no permite identificar si la grasa se concentra en el abdomen —un factor con mayor asociación al riesgo cardiometabólico— o se distribuye de manera periférica.
- Diferencias individuales ignoradas: Factores como edad, sexo, etnia y biotipo afectan la interpretación del IMC. Un mismo valor puede reflejar riesgos diferentes en diversas personas.
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Herramientas complementarias para una evaluación más precisa
La revisión sugiere que, junto con el IMC, se utilicen otras medidas en el entorno clínico:
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- Circunferencia de cintura (WC)
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- Relación cintura-altura (WHtR)
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- Relación cintura-altura elevada (WHR.5R)
Dichas medidas aportan información valiosa sobre la distribución de la grasa corporal —especialmente central o visceral— y poseen un fuerte vínculo al riesgo cardiovascular y metabólico.
Así mismo, tecnologías como la antropometría digital y la bioimpedancia eléctrica (BIA) ofrecen estimaciones más precisas de la cantidad y distribución del tejido adiposo con una metodología accesible en consulta.
El diagnóstico de la obesidad no debe ser únicamente cuantitativo. Debe incorporar una evaluación clínica de complicaciones asociadas —como hipertensión, dislipidemia o resistencia a la insulina— para clasificar adecuadamente la gravedad y orientar las decisiones terapéuticas.
Conclusión
El IMC sigue siendo una herramienta válida como primer filtro, pero no debe usarse de forma aislada para diagnosticar obesidad. La evidencia respalda el uso de medidas complementarias —como circunferencia de cintura o BIA— y una evaluación clínica completa para obtener una valoración más precisa y personalizada del paciente.
Referencias:
Sweatt, K., Garvey, W. T., & Martins, C. (2024). Strengths and Limitations of BMI in the Diagnosis of Obesity: What is the Path Forward? Current Obesity Reports, 13(3), 584-595. https://doi.org/10.1007/s13679-024-00580-1